Estrategias

Parece que por primera vez, al menos desde que yo recuerdo, las grandes entidades financieras se ven obligadas a reconsiderar algunas de sus decisiones sin que sea debido a la intervención directa de las autoridades monetarias; «solo» por la presión generada a partir de una acción popular. Estoy hablando, en concreto, de la notable reducción de los horarios de atención en caja y, en general, de la manera de atender a los clientes mayores.

Estoy convencido -y espero y deseo- que un hecho como este habrá provocado algún tipo de reflexión en las organizaciones afectadas, y lo creo porque en el mundo empresarial que me tocó vivir, una desautorización tan virulenta y tan mediática de las estrategias de la empresa habría provocado, no ya una reflexión, sino un auténtico terremoto.

Produce cierto rubor repetir una obviedad como la de que el mundo cambia a un ritmo vertiginoso y que las organizaciones, como toda la sociedad, también tienen que cambiar irremediablemente. No cuestiono, pues, la necesidad de cambios profundos ni defiendo la nostalgia sobre un pasado que ya pasó. Lo que planteo es la calidad en los procesos de toma de decisiones estratégicas y la necesaria ponderación de sus efectos en todas las partes implicadas incluidos, claro, los clientes.

Es evidente que una  reducción unilateral de más del cincuenta por ciento en el horario de atención al público genera un ahorro de costes y una mayor capacidad organizativa para las empresas pero, de verdad, ¿alguien creía que no tendría ningún tipo de impacto sobre los clientes y, de rebote, sobre los empleados? ¿es posible que nadie lo pusiera sobre la mesa? Y si alguien lo hizo ¿fue escuchado? ¿provocó algún tipo de reflexión?

Y sobre todo, ¿cuál era el objetivo último de esa estrategia que, como todas, debería estar al servicio de un objetivo concreto?

Creo que en algún momento tendremos que plantearnos, colectivamente, poner límites a los crecientes déficits de humanidad de una sociedad cada día más orientada a la rentabilidad a cualquier precio, por encima de los valores, la ética y cualquier consideración sobre las personas y su bienestar.

Intento acabar en positivo con los versos finales de un delicioso poema del gran Benedetti titulado, precisamente, Táctica y Estrategia: «Mi estrategia es/ que un día cualquiera/ no sé cómo ni sé/ con qué pretexto/ por fin me necesites”.

No me parece que sea esta la estrategia pretendida en el ejemplo de hoy…

Jordi Foz

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